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Las marinas de España en el medievo

Actualizado: 12 nov 2020

Recientemente hemos tratado a dos de los primeros hombres en ganarse el título de almirante en los reinos que luego conformarían España: Ramón de Bonifaz en Castilla y Roger de Lauria en Aragón. La Armada ha decidido homenajearlos nombrando en su honor a las dos primeras fragatas de la futura clase F-110.


Es curioso que la Armada se haya decantado por estos marinos de un periodo muy anterior a las hazañas marineras de las que solemos presumir. Baste mirar nuestro himno, en el que se nombran Lepanto y Trafalgar. Evidentemente, el auge de nuestra marina vino en la época en la que dominábamos el mundo (¿o al revés: dominamos el mundo tras reinar en los mares?) pero es interesante remontarse a esta etapa anterior, la Edad Media, a veces tan denostada por la historia, para descubrir los embriones de nuestra fuerza naval.


Las fuerzas navales en Grecia, Persia y Roma

Para introducirnos en materia y entender las marinas de los reinos peninsulares en la Edad Media, vamos a echar un vistazo a sus antecesores más importantes: persas (herederos de los fenicios) y griegos y, posteriormente, romanos.


Flickr

Para estudiar los barcos griegos y persas tenemos que irnos, indudablemente, a la batalla de Salamina. Allí se enfrentó la flota de los helenos a la de Jerjes y se decidió la Segunda Guerra Médica, que finalizaría en Platea un año después.


En Salamina se combatió a bordo de trirremes, barcos de madera propulsados a vela o por remeros. La primera modalidad se utilizaba para transitar y la segunda, con la que alcanzaban velocidades impresionantes, para combatir. Esta embarcación dominó el Mediterráneo durante dos siglos, hasta la aparición del quinquerreme.


Trirreme (historicodigital.com)

Se trataba de barcos alargados, de unos cuarenta metros de largo y seis de eslora, frágiles e inestables (evitaban alejarse de costa y navegar de noche). Además, debían de sacarse a la playa por la noche para evitar que la madera absorbiera el agua y los hiciera más pesados. Tampoco tenían sitio para llevar víveres o que la dotación durmiera.


Su armamento principal era el espolón de madera reforzada con bronce con el que embestían a los otros barcos. Tenían unos doscientos hombres de dotación de los cuales la mayoría eran remeros y solo una pequeña parte guerreros. Los persas llevaban más guerreros pues confiaban más en el poder del combate cuerpo a cuerpo, pero los griegos les vencieron en Salamina maniobrando.


Y de Roma… ¿qué decir de Roma? Las legiones han pasado a la historia pero, para permitirse denominar al mar más importante del momento «Nostrum» tuvo que apoyarse en una importante capacidad naval.


No siempre fue así. La tecnología naval romana era muy inferior a la cartaginesa (herederos de la tradición marítima fenicia) y empezó a evolucionar tras capturar un barco cartaginés, estudiarlo y reproducirlo.


Quinquerreme (artehistoria.com)

A pesar de su desarrollo, la flota romana siempre fue considerada una fuerza de segunda, una labor habitualmente cedida a alguna de sus colonias y un apéndice de los ejércitos terrestres.


Los romanos usaron trirremes similares a los griegos y, posteriormente, quinquerremes. Contra lo que pueda parecer, los quinquerremes no eran barcos con cinco filas de remos a cada lado —la altura necesaria los habría hecho muy inestables— sino barcos con tres filas de remos en dos de las cuales remaban dos hombres. Es decir, cinco hombres movían tres remos.


Corvus (wikipedia.org)

Se estima que los quinquerremes contarían con trescientos remeros, cincuenta marineros y unos ciento veinte soldados. Los soldados, junto con el uso del corvus, les permitiría paliar su habitual inferioridad marinera. El corvus era un gran tablón que se colgaba del palo y se utilizaba como pasarela hacia el barco enemigo, permitiendo abordarlo.



Los barcos

Hemos visto que en la Antigüedad hubo barcos de guerra maniobrables, pensados para embestir al enemigo con el espolón, y barcos de guerra más diseñados para portar infantes que decidirían el enfrentamiento en el combate cuerpo a cuerpo.


¿Y en la Edad Media?


En la Edad Media podemos dividir los barcos en dos. Y el fruto de esta división no es más que su lugar de origen. ¿Por costumbre o tradición? No. Por necesidad.


Galera veneciana del s. XIV

El primer tipo de barco era alargado, de unos 40 metros de eslora y 6 de manga. Tenía un perfil bajo y unas muy buenas condiciones hidrodinámicas que, unidas a su propulsión a remo, le hacían extremadamente veloz. Te suena, ¿verdad? Estamos hablando de la galera, la heredera de los trirremes y quinquerremes y el barco ideal para el Mediterráneo. La propulsión a remo se complementaba con una sola vela latina (con el tiempo, la arboladura se haría más compleja) y el gobierno se hacía con dos timones laterales que, también con el tiempo, se sustituirían por uno de codaste, es decir, incluido en la estructura del barco como prolongación de la quilla.


Al igual que hacían sus antecesores, una de las tácticas más usadas era embestir al enemigo, para lo que contaban con dos espolones a proa. Para cuando el combate se tornaba en melé de infantería, las galeras tenían torres o castillos; posiciones elevadas desde las que arrojar proyectiles al enemigo. Estos «castillos» han trascendido dando nombre a la parte delantera de los barcos en la actualidad.


Réplica de la nao Victoria, la primera en dar la vuelta al mundo (1522)

Pero en las bravas aguas atlánticas, las galeras, más que un barco, eran una tumba de madera. Para soportar las inclemencias del océano, se desarrollaron navíos de tipo redondo, en concreto, la nao y la coca. Tenían un origen comercial, por lo que eran navíos, como su nombre indica, rechonchos —muy anchos— y con mucho calado lo que, además de permitirles portar más mercancía, les facilitaba la navegación en los temporales. Eran, por lo general, lentos y poco maniobrables, pues solo se propulsaban con sus velas y, por entonces, la arboladura de los barcos aún no estaba muy desarrollada. Las cocas, algo más pequeñas, eran también más ágiles.


Quizás pensabas que los barcos de remo se habían abandonado para dar paso a los de vela pero recordemos que Colón descubrió América en 1492 —a vela, evidentemente— y Juan de Austria y Álvaro de Bazán combatieron a los otomanos en Lepanto en 1571 a remo. Ambas formas de propulsión coexistieron, eso sí, pensadas para mares distintos.


Con ligeras modificaciones, las galeras y los navíos redondos se usaron tanto para comerciar como para hacer la guerra, combatiendo las galeras en el Atlántico (cerca de la costa) y los navíos en el Mediterráneo (con mucha menos eficacia que sus compañeras). De hecho, las flotas de guerra solían contar con barcos de ambos tipos. Las galeras llevaban, por lo general, el peso del combate por su velocidad y maniobrabilidad y los navíos redondos daban apoyo logístico y servían como plataforma lanzadora de proyectiles. Con el tiempo, evolucionarían en los navíos de línea que llegaron hasta el s. XIX, dejando muy atrás a las galeras.


La gente

La dotación de las galeras estaba entre los cien y los doscientos hombres y la de los navíos redondos variaba mucho en función de si se usaban para el comercio o para la guerra.

Ramón de Bonifaz, primer almirante de Castilla

Las flotas las mandaba el almirante. Ejercía el mando supremo pero sus atribuciones son difusas, ya que apenas estuvo legislado. Además, la armada no era una institución en sí, sino que se reunía para cada campaña. Se creó el Almirantazgo, que con el tiempo fue cogiendo poder en la corte y cuya existencia se remonta, al menos, a 1253.


Lo que hoy llamamos comandante —capitanes de barcos de guerra— entonces se conocían como cómitres. Estos eran auxiliados por los naocheros —pilotos—, expertos navegantes que podríamos equiparar a los oficiales de un barco moderno. Los soldados se dividían en proeles, que ocupaban esa zona del barco y eran los primeros en entrar en combate, y la soldadesca, el resto. Los remeros, evidentemente, remaban y los marineros se encargaban de las tareas marineras y relacionadas con la navegación.


Por cierto, los remeros o galeotes no siempre fueron esclavos o prisioneros. Hubo remeros remunerados (cobraban aproximadamente la quinta parte de lo que cobraba el cómitre, que no está mal) y no solo remaban, sino que participaban en la refriega si era necesario.


Las armas

Ballesta de torno

Una de las armas más habituales en los barcos de guerra de la Edad Media era la ballesta, tanto de dos pies como de estribo o de torno (según la forma en la que se tensaba). Era un arma capaz de lanzar proyectiles que atravesaban las armaduras y, por su sencillo uso, una gran igualadora: un soldado sin apenas instrucción podía matar a un poderoso caballero enemigo. Era el arma más común entre la infantería castellana y aragonesa de la época y, como es lógico, fue «exportada» a la guerra naval. Quizás lo fácil que era usarla fue la razón por la que apenas se usaban arcos en los barcos españoles de la época (los famosos arqueros ingleses sí se embarcaron, con notables resultados).


Las armas blancas, evidentemente, también proliferaron en los barcos del medievo. Para adaptarse al combate en espacios reducidos, solían ser ligeras y se blandían con una sola mano.


Se utilizaron también armas de asta (lanzas, picas, etc.), tanto arrojadizas como para el combate cuerpo a cuerpo.


Bombarda (alamy.com)

Como hemos visto, los navíos redondos evolucionaron hasta convertirse en los poderosos navíos de línea de siglos posteriores, lo que nos hace pensar que, en algún momento, se tuvieron que empezar a usar las armas de fuego en los barcos. Este momento fue en el s. XIV, aunque su uso no se extendió hasta el s. XV. Como es lógico, al principio se podían portar muy pocas de estas armas (una sola, por lo general), hasta que los barcos se fueron reforzando y creciendo para permitir la instalación de las grandes baterías de cañones. También empezaron a aparecer, de forma paralela a como lo hicieron en los ejércitos terrestres, las armas de fuego individuales como el arcabuz.


Se sabe también del uso de otras armas de tipo más fortuito, como podían ser garfios o arpones, objetos marineros que, usados con destreza, bien podían causar terror en combate.


Cuando se acercaban al enemigo, también se lanzaban todo tipo de sustancias peligrosas, como la cal viva, fuego de alquitrán o jabón para hacerlos caer.


En cuanto a protección, destaca el pavés, un escudo alargado tras el que solían cubrirse los ballesteros en tierra y que en la mar se ponía en los costados para cumplir esta misma misión. Por supuesto, los soldados contaban con protecciones para las distintas partes del cuerpo.


Pavés (wikipedia.org)

Y hasta aquí nuestra entrada de hoy. Espero haber arrojado algo de luz sobre las marinas peninsulares de la Edad Media, que participaron en campañas tan importantes como la toma de Sevilla y encumbraron a héroes de la talla de leyendas como Ramón de Bonifaz y Roger de Lauria.


¡Un saludo, dotación!


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